sábado, 2 de julio de 2011

EL GURÚ INFINITO

            EL   GURÚ  INFINITO



     Damián  Patón  Fernández- 1993





Nunca he visto a Dios…pero siempre quise verlo. Cuando me enviaron en el Transbordador espacial, como único tripulante, mi misión consistía en avistar antiguas Naves Celestes errabundas, que vagaban a su suerte por el espacio y además…debía encontrar a los llamados Gurús o seres infinitos. Siempre oí historias sobre ellos. Recuerdo que desde mi niñez ya se hablaba de esos seres, como “los hijos del  Dios Verdadero desaparecido”. Así que realicé, en solitario mi inspección en el Transbordador; último modelo de la serie: Escorpión-Acuario. El mas avanzado de la era del tercer milenio. Alzándome en el vuelo, recorrí las negras oleadas del Universo. Por única compañía, mi procesador HX30, que me consolaba de las larguísimas e infranqueables horas de soledad. Me proporcionaba Sueños Naturales, codificados en la realidad. Viajaba en Odisea. Disfrutaba de cosas imposibles que imaginamos en la mente. Solía ver al planeta Titán, tumbado allí, melancólicamente, en mi espaciador de Imaginaciones. Vi Júpiter y sus anillos listados de gasas. Vi la vieja Tierra, ya expoliada, estrujada, hundida  en la devastación. Hacía más de Mil años que la Tierra no estaba habitada por seres humanos. Vi Orión y los caballos celestes. Vi Marte y sus mares rojos y las hendiduras oceánicas. Vi Plutón y las explosivas Miríadas, que agitaban el Cosmos, como cascadas de sonidos sin gritos.

El Cosmos es finito.

Más no vi a Dios.



La undécima noche de mi solitaria expedición, mientras inspeccionaba; el Procesador me avisó con voz metálica, la identificación inesperada de una Nave espacial del Modelo Talmud, próxima a mi área espacial. Los Talmud, eran naves, cuya construcción databa de cuatrocientos años atrás. Dándome un vuelvo el corazón, comencé mi vigilancia de rigor. Aproximé posiciones y a bordo del velero individual, penetré en la Bóveda de la entrada de la nave Talmud. Tuve la impresión de que me estaban esperando.



Los pórticos antiguados permanecían abiertos. Ráfagas de vacío cósmico, irrumpían con soplos fugaces. A medida que me adentraba en la reliquia o covacha, sentí la presencia de todo lo que habíamos perdido los seres humanos .La Nave Talmud, ofrecía un aspecto desolador; caducos ordenadores medievales, roídos por el abandono. Robots litúrgicos, erraban sin rumbo fijo, emitiendo cánticos religiosos. Creencias de sueños y añejos dioses extinguidos. Era nuestro ancestral mundo perdido. Tras recorrer varios aposentos, con el corazón latiéndome apresuradamente, me topé inesperadamente con él.¡ Allí estaba! ¡Un gurú! ¡Un ser de las estrellas! ¿Cuál sería su exacta edad? Era un ser mitad hombre y mitad mujer, de largos cabellos blancos. Rostro pequeño. Afilado. De angulosos pómulos e hirsutas barbas, encrespadas en rizos femeninos. Ojos rasgados. Labios trazados, como los de una beldad. Cuerpo fibroso y musculado, dotado de pequeños senos. Sentado, en posición yogui-alerta. Largos velos de suave tela china, cubrían sus atributos. Era como si me esperara. ¿Desde cuando?

-Ah, me encontraste-, pronunció con voz híbrida-. Siéntate. No te asustes de mis robots litúrgicos. Están en la hora de sus salmodias Cristiano-Búdicas. Veo que eres casi un niño. Te das cuenta de que mientras tú eras concebido, yo ya deshojaba las estrellas del Universo. ¿A que has venido? ¿A matarme?

Negué.

-Así pues, debo seguir esperando-dijo con resignación y prosiguió-. Durante cuatrocientos años he visto, como las más gloriosas estirpes del Universo se aniquilaban unas a otras. Vi como los ciudadanos de la Tierra y Marte, masacraban a sus vecinos de las estrellas próximas y caían las viejas dictaduras, para sustituirlas por otras nuevas; las de la libertad de las cosas. Te contaré como fui creado. Fui creado por la industria de los Hombres Nuevos, a causa de que en la extinta Tierra de los Científicos Blancos, odiaban a los no Blancos y los seres de distintas nacionalidades se disputaban la supremacía de su supuesta lengua y cultura. La Tierra, entonces, estaba destruida. Buscaban nuevos universos. Ellos creían que esos Universos Nuevos, debían ser solo de sus razas y nacionalidades. Ya sabes, eran tan primitivos. Se me creó para ser lo que ellos no eran. Espíritus lógicos…

Como puedes ver, soy a la vez, hombre y mujer. Poseo una inmensa sabiduría, ya que me formaron; Herodoto Dos. Apuleyo Dos. Séneca Dos. Sócrates Dos. Todos ellos creados en el laboratorio. Ellos me enseñaron lo que sé. Durante todo este tiempo, me he auto concebido cien hijos, a mi imagen y semejanza. Me autocupulé cincuenta hombres y cincuenta mujeres que amé. He auto muerto exactamente doscientas veces. He auto resucitado, otras doscientas. Mi cuerpo ha envejecido y rejuvenecido, tantas veces, por mi propia voluntad, que ya me resulta aburrido. Conozco todo lo que soy y puedo llegar a ser. He conseguido viajar por el Universo finito e infinito, sin fin pero con principio. Ya no busco nada. Solo viajo. Ha llegado un momento en el que estoy harto de mi mismo. Quisiera salir de mí. Me conozco demasiado. No sé lo que es el dolor, ni el amor de los otros. NI la vida, ni la muerte ajena. No sé, lo que es envejecer del modo en el que otros envejecen. Mis células no existen. Prevalece la soberanía de espíritu, sobre la materia. Dios no anida en mi mente. Soy un extranjero de mi mismo. Soy el huésped de mi propio conocimiento. El sabedor infinito de mi propia sabiduría.



Con los puños cerrados, los ojos dilatados, continuó:

-Dime. Enséñame algo que no sepa. Sorpréndeme. No creo que lo consigas. Puedo vivir y resucitar cuando me apetezca.



A medida que le escuchaba, cruzábamos el Espacio. Comprendí que me alejaba del Transbordador. Le insté a que viniera conmigo a Titán.

-¿Para que?-, retumbó su voz híbrida en el silencio de la nave. Le expliqué que lo mejor sería, regresar entre los suyos. Reposar y vivir otra vida, sin él mismo a solas.

-Yo no necesito otra vida. Yo no necesito necesitar. Necesito morir de verdad y nacer como todos-, respondió con acento impasible.

Me sentí impotente.

Hubiera permanecido días y días, escuchándole incansablemente, la eterna sabiduría que fluía del Gurú. No me era posible. Mi misión consistía en datar todo con lo que me topaba a mi paso por el  Universo. Me despedí. Le dejé solo. En compañía de si mismo.



Regresé al transbordador. Cuando le avisté por última vez, desde el Visor Gigante; el Gurú, salía de la nave Talmud, lanzándose al espacio. Desnudo. Sin nada. Como si anhelara hallar la nueva experiencia de una muerte sin muerte, en el vacío del Universo, en respuesta a toda una vida, repleta de su única vida.












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