martes, 18 de febrero de 2014

NUEVOS FRAGMENTOS DE TAL COMO SALE (Fragmentos)



Autor: Damián Patón Fernández-febrero 2014- Reservados todos los derechos.
 (Libro disponible en ebook y formato tradicional)

Primera edición: marzo de 2013
© Damián Patón Fernández
© Ediciones Carena
c/ Alpens, 8
08014 Barcelona
Tel. 934 310 283
www.edicionescarena.org
carena@edicionescarena.org
Diseño cubierta: Davinia Martín
Maquetación: Patricia Vélez
Corrección: Begoña Eladi
Depósito legal: B-9225/2013
ISBN: 978-84-15681-54-0
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Vivo en una ciudad que huele a muerte. El barrio entero es un enorme fumadero de opio. El barrio rezuma heroína, crack, éxtasis, coca, por todas las agrietadas rendijas de la fría y escabrosa arquitectura que lo caracterizaba. El acceso a las drogas resultaba mucho más fácil que el acceso meritorio al trabajo y la cultura crítica. La droga no era el único mal. Los chicos del barrio crecían de repente (pasaban de la niñez a la adolescencia, casi sin transición) y conocían el hipnotizador poder de la civilización occidental. La felicidad prometida es­taba en el consumo, en las cosas, en el sueldo, en el empleo, en los coches, en toda esa vomitiva bazofia de torrentes de imáge­nes que les regalaba la televisión y el mundo que los rodeaba. La libertad «tenía su precio». No existía la inocencia. Antes de aprender a ser personas, querían coches y dinero para ir a la discoteca. Resultaba normal que actuaran así. Eran jóvenes. Anhelaban descubrir. ¡Pero creían que el único sentido real de la vida y la felicidad era eso! El gran sueño de toda mi vida era convertirme en un buen terrorista. Un «buen terrorista» ha superado con creces las barreras de la locura y el fanatismo. No da crédito al tiro en la nuca, al desprecio servil hacia la vida del otro, al chantaje, al ultraje, al negocio del secuestro. El «buen terrorista» ha superado todos los terribles y desalenta­dores estadios del terror, que es sino el garante demoníaco de los asesinos y los mafiosos, que en tiempos de paz se erigen en los salvadores de una patria. En tiempos de guerra, se lucha con las armas, no con los métodos de los asesinos y los ma­fiosos. El «buen terrorista» es plenamente consciente de que utilizar tales métodos, es alimentar el opresivo poder de las fuerzas de seguridad y de los estados. Y el buen terrorista no da empleo a los «terroristas legales, amparados por los pode­rosos». Existen refinados actos de terrorismo sutil y hierático. Los «terroristas legales lo hacen». Los auténticos terroristas mesiánicos, aquellos exterminadores de reyes y emperadores, se aproximaban hacia la iluminación y la santidad delirante. Abandonaban el tortuoso camino de los crímenes y atentados purificadores, encaminándose hacia la santidad reveladora. Abrían las puertas del purgatorio de la liberación del ego. En la praxis, el orgasmo espiritual, les tocaba de pleno. Libres del conformismo, no eran funcionarios paniaguados, cuyo trucu­lento pasado, enlodado de sangre, quedaba sepultado por el aburguesamiento y el éxito. Apóstoles sin escrúpulos del siste­ma, que tienen dinero y olvidan el sacrificio de tiempos pasa­dos. «Los buenos terroristas» poseen convicciones. Viven en el perpetuo ejercicio de la humildad y el castigo de los otros. Responden con la fuerza de la coherencia. Reciben bofetadas y se defienden legalmente, y la justicia los maltrata. Hasta que al final encañonan las armas y disparan contra los opresores. Es necesario sentir una fe delirante, una fe sobrehumana (y no me refiero a la fe católica, ni mucho menos al brutal ejercicio del fanatismo) para sacrificar toda la existencia de uno mismo por la entrega de una causa. Una causa que, probablemente, el verdadero terrorista contemplará en el mausoleo de las fu­turas batallas de todos los que entregaron honestamente su sangre y su vida por ella. Y quizás el final sea morir a culata­zos, como un perro, tirado en la carretera, pudriéndose al sol. Más aquí estamos, en el frenético carrusel de la civilización.





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