miércoles, 6 de julio de 2011

DAMIAN PATON FERNÁNDEZ

                         EL ALMA DE LOS NIÑOS



                            Dedicado a Reina Torres.









Éramos inocentes. Yo tenía siete años; era tartamudo, cojeaba, padecía una discapacidad intelectual, de más del treinta y tres por ciento. No aprendí a leer y escribir, hasta la edad de doce años. Dejé de llevar pañales a los diez. Mi madre no sabía como tratarme y mi padre, era un hombre guarecido bajo una férrea y dura apariencia. Y era inocente. Os lo juro. En el verano de aquel año: un verano cuyo curso, era un tórrido río de calor. Un fogoso aliento de aire pesado recorría las calles de la ciudad; mis padres que eran personas humildes, me llevaron a vacacionear, a una pequeña localidad, fuera de Cataluña. Como no tenía amigos y nadie quería ser mi  amigo, me pasaba la mayor parte del tiempo, con mis padres y mi padre se desesperaba, por que  ansiaba que tuviera amigos…yo no entendía, y entonces, él, tiraba de mi mano derecha y fuera de sí, me llevaba a pasear todas las tardes,  a un puerto cercano. Recuerdo los barcos agujereados, un yate y el mar en calma. Recuerdo, a mi padre, como si aspirara la cálima del mar. Es imposible olvidar su triste mirada y también, a veces, su energía. Chisporroteaba energía.  Un día de aquel verano, mi padre me dijo que tenía un amigo. ¡Un amigo! Yo  tartamudee: solo tenía siete años y la palabra amigo, me causaba pánico. Sabia lo que eso significaba; humillaciones, burlas, golpes, patadas. Una tarde, mi padre volvió a sacarme de paseo, pero esta vez en dirección contraria. No fue largo el camino, sino mas bien corto. Nos detuvimos, ante un imponente caserón, rodeado  por un jardín, no menos imponente. Un hombre corpulento, vestido como un dandy-parecía extraído de una película de los años cuarenta en blanco y negro-, acudió a dar un abrazo a mi padre. Yo estaba encogido, casi a punto de llorar. Mi padre me dijo:

-Te dejo aquí, conocerás a tus nuevos amigos.

No dijo vendré mas tarde. Seguramente si. El hombre se llamaba Armando y me cogio de la mano, diciéndome:

-Ven, voy a presentarte a mi hijo Félix…tiene diez años.

Me llevó hasta el interior, de la casa, cruzando un amplio vestíbulo; el vestíbulo desembocaba en un largo pasillo, que conducía, hasta una enorme habitación. Al entrar en la gigantesca habitación, con grandes ventanales, la luz del sol, caía como un cubo de fuego. Dos niñas gemelas de unos diez años, vestidas con chandals, corrieron a observarme, como si fuera alguna rareza. Eran las gemelas: Raquel y Esther.

-Aquí mandamos nosotras-dijeron. Yo miré asustado al señor Armando, que sonrío y me dijo que no les hiciera caso. Fue entonces, cuando reparé en él. Pequeño, encogido…una autentica piltrafa, para ser un niño, algo mayor que yo. Sus grandes ojos negros, despedían una fuerza sobrecogedora, que aún con el paso de los años, no he logrado borrar:.. ¡Aquella mirada despedía la sedienta furia, de quién no quiere morir! Era casi un esqueleto. El rostro, de pómulos pronunciados. Era un niño muy guapo. Era un niño a un paso de la muerte. Se llamaba Didac, y aún me sorprende que mi padre, me dejara una tarde a solas, con él. Con el calor que hacia, me sorprendió, que llevara puesto un fino albornoz. Era su único vestido. Me miró y señalo a unos marcos con fotos.

-Esta de la foto es mi mamá.

Me dijo. Yo miré a las dos gemelas, que cogidas de las manos, intrigaban y me vigilaban. Luego miré las fotos. Una mujer, muy guapa, sonreía en la fotografía. De hecho, parecía una persona muy vital.

-Hummm…cu….cu…cuantos-años-tiene…-dije de corrido.

Las gemelas fruncieron el ceño.

-No tiene años mi mamá-dijo Didac, con voz llena de energía, que parecida no pertenecer a su cuerpo enteco, encogido.

-Pues, mi mamá, si tiene años-volví a decir raudo y veloz, cojeando y no comprendiendo mucho. Las gemelas se reían.

-Mi mama se murió-, dijo el pequeño Didac, algo sobrecogido. Las gemelas enmudecieron.

-¿Y como se mueren las mamás? La mi…la mi…mía…no se…

-OH, basta ya-dijo una de las gemelas-, eres tonto…se mueren, como se muere la gente de la tele…

Busqué con la mirada al señor Armando, pero ya no estaba.

-No les hagas casos, son niñas y las niñas son tontas. Ya ves, se creen que lo saben todo-dijo Didac, imponiéndose. Las niñas, se alejaron de él, como la peste. Luego le seguí y pasamos la tarde, dando vueltas por la casa y en el jardín. Más que jugar observábamos y me observaban. Al cabo de una hora, Didac, comenzó a toser, se puso muy pálido y dijo que estaba cansado. El señor Armando, me acompañó hasta casa y estuvo hablando con mi padre. Cuando se despidió del señor Armando, mis padres me observaron. Me senté en una silla, mirándome la punta de los zapatos.

-¿Bueno, que te ha parecido?-me preguntó mi madre.

-se…se…mu…,mu…

No pude terminar.

Esa noche me oriné encima y no dormí bien.

A partir de entonces, mi padre me llevaba periódicamente a casa de Didac, si es que tenía fuerzas para estar conmigo claro. Solía verlo, sentado en un sillón o tumbado en la cama o veíamos programa de televisión y me hablaba. Me dijo que le gustaba leer.

-Oye tú…tartamudo…eres tartamudo…

Asentí.

-¿También eres tonto?-, me preguntó despiadadamente, tumbado en la cama, con su asqueroso rostro pálido. Entonces percibía esa palabra como un insulto…ahora se que era un insulto.

-¿Y tú…tú…te…mu…mu…?

Me atranqué…me puse rojo. No podía seguir. Didac. Se reía cruelmente, hasta llorar.

-Como tartamudea, el tonto.

-me…me…

Cerré los puños y me dirigí hacia la salida de la habitación.

-Vale, vale…no te vayas, eres él único amigo que tengo que no me ha rechazado…claro, que ni yo a ti…tonto, tartamudo… ¿sabes leer?

Con la cabeza gacha, negué. Estaba allí, parado.

-¿Cómo no puede saber leer un niño de siete años. Habrase  visto… ¿Qué maestros tienes? ¿Y tus papas? Ven, ven…no te voy a contagiar la lepra…no soy tuberculoso. Mira este libro.

Me enseñó un libro: Moby Dick.

´-Comencemos…Mira la primera letra…I, dí I

Pronuncie la I.

-Ves como sabes leer.

-No

-¡Que si, burro!-gritó-…no puedes cerrarte en banda, diciendo… ¡no! Yo te enseñaré.

-Eres un mo…mo….moribundo!-grité angustiado.

Didac, arrojó el libro y cayó sobre la cama. Comenzó a llorar, hundiendo el rostro entre las manos. Salí corriendo de la habitación, ganando el pasillo. Me topé de frente con el señor Armando, quién asustado por los lloros de su hijo, corrió hacia la habitación. Le miré desconcertado y  corrí hasta la puerta de la calle. Cuando llegué a casa, solo, mis padres se alarmaron. En ese momento mis padres recibieron una llamada telefónica…aterrorizado, corrí ha esconderme en mi habitación. Cinco minutos después, mi padre entró en mi habitación. Yo me escondí debajo de la cama.

-Vamos sal…sal…

Su voz sonaba a ligero reproche. Salí de mi escondite. Mi padre se sentó en el borde de la cama.

-¿Que os ha pasado?

-me insul….sul…to

-Y tú a él.

Afirmé con la cabeza.

-Escúchame hijo, tú y Didac, necesitáis ser amigos.

Negué.

-Escucha…Didac, es un buen chico.

Pero durante dos días, no volví a su casa, hasta que una tarde, inesperadamente Didac, me llamó por teléfono.

-Hola, eres tú-dijo su voz apagada, al otro lado del auricular.

-Si….si.

-Soy Didac, llamó para pedirte disculpas…espero aceptar las tuyas.

-Bu….bu…bueno.discul…cul…

-Vale… ¿quieres venir a mi casa? Te enseñaré a leer.

-me da…ver….ver…

-Entiendo. Te espero esta tarde.

Así que cada tarde, Didac, me preparaba cuadernos de caligrafía y cuentos sencillos, con letras del abecedario, para enseñarme a leer. Las gemelas, también participaban. Apagaban el televisor y nos observaban y cuando cometía un error, corrían a corregirme.

-Se dice así A….B…sé mas disciplinado.

Poco a poco, aprendí a componer palabras y entenderlas, pero muy poco a poco. Didac, parecía haber mejorado súbitamente. Incluso había engordado. Una tarde les invité a unas pastas que les traje como obsequio. Su padre nos hizo chocolate y pasamos una  velada divertidísima. Era a finales de julio y mis padres estaban sorprendidos de que pudiera leer con lentitud de tortuga un cuento, cuando en el curso anterior ninguno maestro o psicólogos, fue capaz de enseñarme a leer…Pero es el alma de los niños. El padre de Didac, habló con mis padres, aún mas sorprendido de que su hijo, diera señales de una gran mejoría. Había engordado y parecía que por el momento “iba a seguir entre nosotros”. De hecho, ambos éramos niños, conectados en nuestras carencias, por esa energía de positiva amistad y cariño, propio de los niños y de su crueldad inconciente. Solo una de aquellas tardes, los vi a todos tristes. Se mantenían en silencio, incluso el señor Armando. Didac, me llamó aparte en su habitación.

-Chsss…hoy cumple mamá años.

-No esta mu..…mu.-…mu

-Por eso, los muertos cumplen años. Todos debemos guardar silencio.

Durante una hora, todos estuvimos en silencio. Luego me marché cabizbajo, sin comprender el significado de cumplir años, de una persona muerta, aunque seguía sin saber como se morían las mamás. Las últimas tardes que recuerdo, es a Didac, lleno de vida. Jugábamos en el jardín, con las gemelas…Didac, estaba empapado en sudor, cuando de repente cayo, entre convulsiones, vomitando y con los ojos fuera de sus orbitas. Me quedé paralizado. Las gemelas gritaron, llenas de terror. Didac, extendió su mano derecha, pidiéndome auxilio y yo corrí en su auxilio. Recuerdo que de repente apareció el señor Armando, arrojándose sobre su hijo, preguntando: ¿Hijo que te pasa?...mas tarde alguien me sacó de allí, cuando sonaban los ayes de la sirenas de la ambulancia. Esa noche no pude pegar ojo. Durante dos semanas no volví a ver a Didac. No comprendía que sucedía. Solo, una de aquellas tristes tardes, de a finales de verano, mi padre dijo que, si quería ir a ver a mi amigo. Dije que si. Mi padre me llevo de la mano y antes de entrar me dijo:

-Escucha hijo, a veces las personas, que son nuestros amigos, tienen que partir.

Le miré desconcertado y dije de corrido:

-¿Qué quiere decir partir?

-Quiero decir, hijo, irse…

-Se…se…va

-Hijo, se muere…se muere

-Los ni….ni…niños, no mueren.

Mi padre no dijo nada. Cuando entramos, el señor Armando se fundió en un efusivo abrazo con mi padre. Luego me dio un beso a mí. Me condujeron en silencio hasta la habitación de Didac, que olía a cerrado, en penumbras. Las gemelas, me esperaban y me dijeron:

-Dale un beso…pregunta por ti…

Temblando, vi a Didac, tumbado en la cama; un autentico esqueleto; sin un pelo en el cráneo y regurgitando. Su mirada era distante, apagada...  Tenia el rostro lleno de costras, me miro y un fulgor increíble brillo en sus ojos. Extendió a duras penas, sus manos.

-Mi amigo… ¿quieres ser mi amigo?…quieres leer…ya sabe leer…no me dejes solo…vamos a jugar…

Y no pudo seguir…Llamó a su padre y mi padre me sacó de allí. El señor Armando, lloraba. Las gemelas también. Yo no podía entender. No comprendía, pero estaba muy asustado. Sabia que algo muy grande y superior a mi, algo ajeno a mi voluntad decidía…ni siquiera nuestros padres, podían evitarlo…nuestros padres…que son el mensajero de los hijos….Volví a ver a Didac, dos días después, pero ya no hablaba. Solamente  jadeaba. Regurgitaba. Era un cadáver con un hálito de vida. Mi padre decidió no volver a llevarme. Mi madre se oponía radicalmente, so pretexto, que no era un espectáculo adecuado para un niño retrasado como yo. Didac murió aquella noche….murió de sida. No fui a su entierro. Nunca más volví a verle. Ni a las gemelas. Ni a su padre. Gracias a él, aprendí a escribir y leer. He escrito este cuento para él…Didac no ha muerto, para mi. Pero ha muerto para el mundo. El alma de los niños.



                         





       










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