jueves, 20 de octubre de 2011

Fragmento del libro: TAL COMO SALE

NUEVO FRAGMENTO DEL LIBRO : TAL COMO SALE, DE PROXIMA APARICION . PUBLICADO POR iSLAVARIA, EDICIONES ICARIA Y BUBOK. RESERVADO TODOS LOS DERECHOS, REGISTRADO EN LA PROPIEDAD INTELECTUAL.


Cuando rememoro Cuba, no puedo evitar sentir una intensísima emoción caleidoscópica, diría que hasta salvaje. Cuando rememoro Cuba, rememoró al sepulturero, pues Cuba fue la muerte de mi juventud y Cuba fue el fin de mi primera e inicial potencia sexual —a uno ya no se le pone tiesa, como cuando joven, la verdad es esta—. Rememorar Cuba es rememorar muchas, muchísimas cosas; el fin del Imperio español y el principio del Imperio demoniaco estadounidense. Y rememoro lo que España era y no fue; rememoro muchas cosas. Rememoro el Sol del trópico, a los siempre aparentes felices cubanos y su infelicidad interior. No hay nada peor que una opresión alegre. Cuando rememoro Cuba, casi me echo a llorar por mis queridos hermanos cubanos, por lo vil que fui. Iba a follar a saco y follé a saco. Cuando rememoró Cuba, en determinadas circunstancias rememoró la maldad del cubano y la perfidia del español. Es bastante curioso todo esto que escribo, porque una de las cosas de la atormentada isla de Cuba que más se me ha quedado grabada, es la luz, “esa luz pura, nítida, salvaje, esa luz de fuego, que penetraba en todos los poros de mi ser, esa luz que parecía retrotraerme a la infancia o a un estado virgen y puro, a un estado salvaje”. Me sentí como Gauguen en la Polinesia francesa. Era una luz, en cierto modo, engañosa, una luz que parecía oscurecer la verdad que irradiaba el escenario de la Habana, de la isla entera en sí. Pues aquella ciudad, la Ciudad de las mil Grietas, el Paisaje Herido, del que escribí en un libro que nadie ha querido publicar hasta el momento, era algo así como los restos de una guerra en la que el ejercito invisible destruyera los edificios, las calles y a sus propios habitantes. Las grietas y la dejadez eran como una plaga, como una epidemia atroz. Si algo me sorprendió de aquel lugar, fue la gente; y los cubanos tienen una inventiva deslumbrante, apretados por las junturas de su miseria. En Cuba, lo reconozco, follé a saco. Follé hasta quedarme extenuado. En Cuba, el sexo era algo más que una moneda de cambio, “era una forma de vivir, de respirar”. Y sin embargo, la miseria habitaba en cada rincón. La miseria impelía a todos los risueños cubanos a buscarse el pan de cada día, con su tantán conformista, con sus risas y su alegría, con música cansina, siempre intentando cautivar al invasor fuere cual fuere. El sexo, era sólo una moneda de cambio, una moneda de cambio para quién pudiera utilizarla, para quién tuviera estómago, gusto o placer para ello. Cuba era una inmensa penitenciaria, donde el sol lucía espantosamente brillante bajo el paisaje impregnado de una belleza extasiante. Pero los pobres, los que siempre sufren el patíbulo, los que bajo cualquier régimen sufren todo tipo de coartadas, de presiones, de amenazas sutiles, revisadas bajo las formas de legalidad para “los de arriba”, tenían que salir adelante, como fuera: vendiendo su cuerpo, engañando, mintiendo, y cada uno, según su ética y moral, convirtiéndose en un criminal mejor o peor. Cuba era una cárcel de aliento feliz, de libertad enmascarada en la risa, la música y el sexo patibulario.

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