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Crearon aquel Paraíso para confirmar que estábamos al borde del precipicio. Mientras mil millones de muertos de hambres se devoraban a picotazos, como perros sarnosos, la Gran Industria , las multinacionales, quitaban y ponían los cadáveres producidos por la codicia. Una delirante lujuria decadente de codicia, de poder y destrucción, iba zampándose el cielo, el mar, el aire y la libertad humana. Así estaban las cosas en aquel maldito año del principio del nuevo milenio cristiano. Todo se caía en pedazos. El Gran occidente era un pastel envenenado por el porfirio de su codicia, y los asiáticos y los hindúes y todos los mierdas fanáticos de Oriente y Asia, estaban frotándose las manos: los colonizadores, pronto “pasarán a ser colonizados”. Mientras, los poderosos de las Grandes Multinacionales desmontaban sus centros de producción para llevarlos a los depauperados centros de poder y destrucción de África, Asia y Oriente, sin respetar absolutamente nada. A mí, como a muchos como yo, nos había tocado la peor parte del pastel envenenado en el primer mundo. De hecho, el Primer Mundo comenzaba a parecerse a aun gran centro de concentración, vigilado por el gran ojo de las multinacionales. La tecnología, con sus siervos y sus lacayos dóciles, eran perros hambrientos de sus migajas y despojos del paraíso. Pero…”el Paraíso, estaba allí”. Lo habían construido, como un panel de rica miel, en medio de la gran destrucción. Nos zampábamos el horizonte y miles de millones de desgraciados, parados, en suma, íbamos corriendo hacia allí, en busca de un empleo; la tecnociencia política no nos quería. Estábamos marcados y vigilados por alguna tara, por alguna causa, y yo huía de mí y de todo eso. Mi lengua, como una flecha, atravesaba el cuello dulce y sudado de alguna ramera asiática. Estaba en el paraíso. El paraíso es siempre maravilloso, sólo que bajo la alfombra hay demasiada mierda. Por las noches, voy como un ladrón a esconderme en mi escondrijo, como una cucaracha. Si Kafka me viera, vería como escribo esta crónica del momento presente. Pero sin duda alguna, Kafka ha tenido mucha más suerte que yo, en la literatura, en la vida y más en la muerte. El caso es que estoy aquí, brincando como un poseso. Estoy aquí, sacándome los poros de la piel, sangrando como un estigmatizado. Dios santo, las cosas que tiene que hacer un hombre o una mujer, para poder soportar la monocorde tortura de la vida diaria. Y al final, ¿para qué? Para morirte. ¿Y qué? Después de eso... ¿qué? Siguen naciendo niños, otros la diñan en la soledad, los depósitos de cadáveres abundan en esa soledad sin nombre. Las putas seguirán chupando pollas y coños. Los polis, pegan gratuitamente a la chusma…a los polis siempre hay que darles un puto pretexto para que te den un puñetazo. Los medios de comunicación han inventado su realidad, por si acaso: “la realidad de los poderosos”. Nosotros bailamos la balalaika y, Dios mediante, podremos ir transigiendo mientras podamos seguir consumiendo, en este país tan mediocre y superficial como es España. Occidente se consume. Occidente está sufriendo una invasión silenciosa por parte de sus esclavos de antaño. Occidente se consume en su propia estúpida arrogancia y prepotencia. Occidente desaparecerá. Pero…”yo que ya he estado aquí”; nací en la Tierra , cumplí todos los requisitos.
Multas de tráfico, infracciones morales, perversiones correctas, correctas perversiones y un largo día bajo la prisión de la realidad. Yo que ya he estado aquí, he venido para despedirme; pienso ver más allá de las estrellas.
Pero también el infinito de mi vida. No soy alguien al uso del mundo; no sé conducirme al respecto y tengo bajo la piel todo el rebelde inconformismo de las revoluciones. Yo que ya he estado aquí, como Ezequiel y la salamandra, como el pagano dios de la vida, como las mujeres mentirosas: miento peor que la mejor de todas las mujeres, solo quiero a una mujer y ella es la mejor de las mejores. Yo que ya he estado aquí… os lo digo, he estado aquí.
Con la enorme chusma que vocifera en los mítines y vemos en la televisión, con el dorado rostro de que los necesitamos siempre a ellos, cuando, hermanos, es el revés: son ellos los que nos necesitan a nosotros. Ellos, que nos piden más poder para protegerse bajo murallas de guardaespaldas, y administran nuestros bienes, y nos envían a las guerras, e inventan diferencias para todos nosotros. Ya he estado aquí; estuve en el corazón de todos los torturados y de los enfermos de cáncer, sida, leucemia, muerte y soledad.
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