Primeras Páginas del libro TAL COMO SALE, Editado por Ediciones Carena./ autor: Damián Patón Fernández. Reservado todos los derechos.
Primera edición:
marzo de 2013
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Fernández
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ISBN:
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1
Desde el principio fui otro que no era yo. No me hallaba en sí.
Sin otra condición y en busca de mí mismo, me extravíe por los senderos y
círculos de la vida, al modo de Dante en su comedia. Y hallé, otro que era yo,
pero no era. Moldeado al gusto y el parecer de los demás. Era como la flauta,
por cuyos huecos soplaba y silbaba la música de los otros, entonada en mí.
Pero yo sabía que iba extraviado por los senderos de la vida y que los lobos
hambrientos añoraban la carnaza. Nadie me entendía. Solitario todos los días de
mi vida. Solo conmigo mismo. Luchador en el mar sin navío de mí mismo. Dije a
todo sí y al abrir la boca, hablaba otros idiomas y cuando decía lo que
anhelaban oír, era extranjero en casa. Extraño en familia; mi patria, mi
exilio. Y creían que hablaba, palabras de otros tiempos.
Esto os cuento.
Soy el médium… Vuestro médium.
…pero bueno, este festín es para disfrutar. Y mis palabras, para
los pocos que quieran leerlas. ¿Querrá leerlas alguien? ¿De verdad? ¿Lee
alguien hoy? ¿Quién? ¡Los ciegos, los ciegos! Quizá dentro de poco, todos los
libros de la enorme biblioteca de la Tierra ardan en la pira del terrible
fuego de las más bellas imágenes. Y nos ahogaremos, cual Narcisos, en el opaco
espejo de las pantallas del celuloide. No necesitaremos espejos. El espejo será
la «imagen». Y lo superficial sustituirá paulatinamente a lo auténtico. Y leer
y amar y cortejar será cosa de milagro. Lo inocuo se cotiza alto en la bolsa.
Son los perversos tiempos del capitalismo, demoníaco y oculto. Su fin y proeza,
sin humanidad.
2
Me llamo Mikel Goldstain y soy una entidad subversiva. El rayo que
me penetra. La furia que revela mis perturbaciones de ánimo. El cero y el
múltiplo. «Estoy tan muerto, que el resto de la humanidad apesta a vida». Soy
una perfecta aberración. Nací con un tatuaje: «El escorpión y la salamandra,
luchando en el círculo de fuego». He huido de tanta lujuria y lascivia que me
martirizaba como una fiebre salvaje. «Es mi educación». Debe ser mi educación y
la debilidad que me nombra. Debe ser que nunca pude aceptar a mis padres. «Debe
ser mi jodida educación, maldita sea». Yo no tenía problemas. No los problemas
de todos esos gilipollas que ruedan por la «gran noria zanahoria de la
normalidad». Soy tan normal que mi sensibilidad se expande como un fuego que
todo lo incendia. «Destrucción y construcción», este es mi nombre.
Este es el fin de todo.
Aquí podría explicar por qué no me gusta la gente. Aquí podría
explicar por qué creo que la gente es cruel y su crueldad contribuye a que nos
comportemos como la escoria que somos. No creo en la gente, porque no me gusta
y «yo soy la gente». No creo en Dios, ni en dioses. No creo en la sociedad de
consumo, «pero es la única que tengo». Estoy tan muerto que asciendo a la
resurrección de este caos que todo lo engendra. El sexo es como destruir, como
sacar la lengua y explorar el infinito. El cielo estaba allí, ahora que lo pienso,
ahora que pienso en todo eso… en todas las humillaciones sufridas, en todos los
golpes recibidos y en mi familia. Por lo que a mí respecta, mi familia es lo
peor que me ha podido ocurrir. A pesar de ser hijo de familia numerosa, a pesar
del cáncer que a todos nos devora, si lo que han llamado mi familia, esto es: mis padres y hermanos (esos extraños) murieran, no sentiría nada.
De hecho, los vínculos de sangre no significan nada. Los vínculos de afecto, de
cariño, de compañía… contienen el significado puro y profundo del amor. El
significado de la palabra familia es el significado de la destrucción
sistemática, del odio progresivo en la fricción constante. Toda familia en
mayor o menor medida es el nido donde confluye la unión por intereses de
supervivencia, de religión, de seguridad… la mujer establece esa sintonía. El
hombre la capta y la deforma.
Estoy destruyéndome. Infinitos mundo habitan en mí. Estoy buscando
la legión de apestados que conviven en mí. Soy una anomalía absoluta. Y esto es
lo que os quiero contar. El cero desnudo. La sangre pura y cristalina.
Estoy atrapado dentro de mí. Las sucesivas imágenes de dolor,
humillación y rencor me martirizan. Estoy atrapado dentro de mi gran ego.
Estoy atrapado.
A menudo siento una soledad que ni las palabras son capaces de
definir. Una soledad que no es de este mundo.
Estamos aquí, afluyendo como bandadas de ceros infinitos, en
llanuras secretas de desiertos repletos de multitudes de soledad.
3
La familia a la que pertenecía era un fracaso absoluto. Un
conjunto de tarados, de cretinos, ignorantes y gilipollas. Estaban orgullosos
de su ignorancia, de su asquerosa vulgaridad. Eran tan mediocres que daban asco
y no porque carecieran de medios, que carecían, sino porque eran lacayos
absolutos. Mi madre me expulsó de su vagina a una edad tan temprana que hoy
sería considerado delito. No sé quién es mi padre, y aún sigo sin saberlo, pero
parece ser que yo era culpable de eso, porque mi madre fue a casarse con el más
imbécil del barrio y dio a luz a otros tantos idiotas como yo. Con el paso de
los años, recuerdo humillaciones sufridas y con profundo rencor, todo el daño
que aquello hizo a mi alma, asumiendo una responsabilidad, una frustración que
no me correspondía. Yo tenía una marca: una cicatriz, yo tenía un «estigma».
Ahora lo veo claro… «un estigma». Por haber nacido en el seno de una
familia pobre, de clase obrera, al borde de la miseria, por haber nacido en un
mundo «que sí me pertenecía», pero no me quería, por haber sido hijo de padre
desconocido, pero con padre acreditado, tenía que pasarlas putas. Y las pasé.
Desde niño se me impedía que prosperara. Había nacido en un país como este en
el cual, venir de abajo, es un insulto. Pertenecer a la clase obrera es una
lacra. Los primeros traidores son los hijos de la clase obrera. Estaba
condenado. Tenía un estigma, un profundo estigma. Por mucho que me empeñara en
rebajarme a su nivel —el nivel de los trogloditas y los mediocres voluntarios,
con menos luces que un cascabel— no me quedaba otra; o me extinguía. Pero
joder, siempre estaba presente el maldito asunto; ¡de que yo no era parte
de ellos, sino una mitad! ¡Coño, siempre era culpable de haber nacido de la
manera en la que nací! Mi madre, precisamente, no colaboró.
Hay que reconocerlo: a mi madre le costó mucho aquel polvo, con quien fuera.
Jamás he sabido quién era mi padre y no creo que a estas alturas lo sepa. Y eso
es algo que ya no me importa mucho. Probablemente haya sufrido un escarnio
inconsciente, probablemente mi madre hubiera sufrido humillaciones absolutas…
probablemente, si hubiera tenido más arrojo —que no lo tenía y tampoco la
dejaban— podría haber tenido una vida más digna. Y no me refiero a que no
tuviera un plato donde comer, sino al calor de una familia, como debe ser. Pero
todo lo que es familia, es hipocresía, es mentira. Por lo menos en mi caso.
Todo eso me da náuseas. No hubo cometas el día de mi nacimiento y, según los
astrólogos, no estaba predestinado a ser un ¡gran hombre! —ya tiene cojones el
asunto— sino más bien a ser un médium. Nací con un radar. El día en que nací,
la Luna negra se posicionó. Un Sol de fuego cayó como un jarro de agua fría, el
noviembre más otoñal que jamás mis padres recordarán. Cuando nací, no sucedió
nada especial. Lo cual estaba bien, porque te sitúa dónde estás: eres un simple
ser humano como los demás; comes por la boca, ves por los ojos y cagas por el
mismo agujero que reyes, zares, emperadores y chusma con poder. Mi madre me
expulsó de su vagina, entre dilataciones. Era mediodía y el fuego ardía. El
agua oscura de noviembre daba hostias a los árboles. Las hojas caían como
cuchillas de afeitar y creo que ese día la diñaron, otros tantos como yo. Ese
día estrenaron el látigo eléctrico y comenzaron las batidas en Vietnam. Franco
seguía haciendo de adiestrador de lameculos, en mi país, España. Tuve que
nacer en España, que es casi como nacer en un cubo de basura, infecto por el
perfume de la peor maldad que pueda existir, solo comparable al espíritu chino
—esa raza asiática que detesto y que son lo peor que puede ocurrirle a la
humanidad, junto con los indios—. Entonces, en aquel jodido hospital de mugre,
de pobres, no tenían ni ropa para vestirme. Debí haberlo previsto, pero con ese
signo de la crucifixión atea, con esa rara lógica de las rameras que te dan
placer por cuatro chavos, sin ningún cortejo, yo ya estaba en las puertas del
infierno, en la selva de la vida, en mitad de la selva de la vida, parodiando a
mi colega Dante. Como jamás he escrito una dichosa línea que valiera la pena y
como no soy lírico, por nacimiento, como soy un escritor oscuro que escribe en
la sombra, como nadie hasta ahora se ha atrevido a publicarme, debo decir que
nací en el momento más inexacto. Marte se posicionaba en medio de un estallido
de cólera —como le corresponde a Marte, el dios de la guerra—. Mercurio
derramaba su venenoso poder durante los próximos milenios —ya no existiremos y
estas palabras ya no existirán cuando la especie humana desaparezca—. La
Tierra, nuestro planeta saqueado por el gran prostíbulo del consumismo, la
industria y el gran depredador hombre, será una letrina hedionda donde los
excrementos, el detritus y toda la podredumbre florecerán. Los extraterrestres
vendrán de otros mundos a darse su festín glorioso y no estaremos para
jodernos. Los depósitos de cadáveres tendrán una muerte silenciosa, como
corresponde. La luna negra dominaba mi horizonte y el lado mágico, me lo dio
Capricornio, en la media noche. Cuanto más tiempo pasa, más profundo y alegre me
vuelvo. ¡Cuánto más cerca estoy de la muerte con mi radar, con mi sentido
médium, con mi sensibilidad de ninfómana herida, de loco clarividente, más
cerca estoy de la muerte y de comprender! Nací bajo el signo del escorpión, con
el ascendente en acuario. Por ser escorpión-acuario, dualidad de revolución
espiritual, de revolución constante y de impotencia absoluta, a la vez que
vierto mi manantial de creatividad… quizás por ser quien soy —tal vez, «hasta
por eso»— tengo un destino que voy escribiendo, y cuando llegue esa hora
absoluta, «cuando la picha ya no se ponga tiesa» y tenga que tomar
viagra, cuando sea el final de mi vida —morir con dignidad, por favor— mis
palabras abrirán vuestras carnes y me diréis ¡en qué pensaba cuando escribía;
y yo os diré: en el jardín de las delicias, en estar solo y sentir fluir mi paz
interior, en mi triste México, en mi horrible España… en mi amada Cuba,
desesperada, en mi mujer, en las mujeres, en mis hijos, en mis amigos… ¡Soy un
incomprendido! Soy un cobarde. Siempre lo he sido. No soy un tipo
que valga para darse puñetazos, pero me defiendo. Joder, yo tenía mi maravilloso
¡lado mágico! Nací justo cuando la idea de vender a Dios en los supermercados
no era válida. Pasé gran parte de mi niñez, apartado, siempre recibiendo
hostias. En la escuela, estaba rodeado de la peor chusma y seguí recibiendo
hostias por parte de los más marginados: moros, gitanos, hijos de yonquis y
ellos futuros yonquis; incluso abusaron sexualmente de mí a los trece años,
metiéndome sus pichas en la boca… forzándome a ello «cuando los profes miraban
hacia otro lado». Era una mediocridad absoluta, a la fuerza. Sí, fui víctima de
abusos sexuales por parte de mis propios compañeros de escuela. Durante
décadas, fui una sombra gris que todos apartaban a un lado, que todos
ninguneaban. Dentro de mí, hervía mi verdadero «ser»… el «yo», es otro asunto…
el «yo», es temporal… el «ser», es la vida, eres tú, hasta que ya no habitas en
el «yo»…
4
¿De qué sirve hoy la rebeldía?
La perra del usurpador sigue en celo. Y nosotros, como las semillas
que el viento empujó, crecemos allá, como la mala hierba.
Porque tenéis que saberlo, hoy no es tiempo de rebelión, a voz en
grito, de cosechar el fuego en las entrañas. Hoy la perra, que está en celo,
«lo hace de otra manera».
«Hoy la rebelión» y la revolución, las venden en los supermercados.
«Hoy» todo está dictado en Internet, en la televisión, en los spot
publicitarios, en los periódicos, en la radio, en los políticos, incluso el
vecino te dirá que es mejor ¡ver, oír y callar! Al fin y al cabo, «mientras
no te toque a ti».
Porque en África, la perra que está en celo ha parido cientos de
cadáveres famélicos y una rosa caníbal que lo devora todo: expolio, Ébola,
sida, sarampión y millones de cadáveres de niños que aún no sabían pronunciar
la palabra madre.
«En Europa del Este, la misma perra que está en celo envío sus
lujurias» y los antropófagos regímenes dictatoriales del comunismo se
metamorfosearon, de repente, en el monstruo híbrido de mafias y capitalismos
salvajes que deja en mantillas a la madre de todos los capitalistas.
Pero así están los tiempos: los musulmanes invocan a su Alá,
humillando y ejecutando a toda mujer que se atreva a alzar el puño y gritar que
es ante todo, ¡libre y persona!
«Los árabes piden la libertad que les pertenece, expoliados por
Europa… por Occidente».
«Los chinos practican el capitalismo sin democracia y su furia
asesina paga con silencio de créditos a Europa y Estados Unidos».
«A otras soledades y
masacres vamos».
Y las ejecuciones públicas, y el tráfico de órganos con la brutal
saña que les caracteriza, y su maravilloso deseo de fomentar la libertad de
expresión aplicando la cadena perpetua, y su asqueroso deseo de que el resto
del mundo deba temblar, porque, claro, a ellos no se les debe molestar.
A ellos, a los perros chinos, como los perros estadounidenses,
como los perros fanáticos indios y como los perros españoles, diciendo a todos
que sí, que claro… que nuestro país es un burdel.
Mas no os preocupéis, llegarán otros tiempos.
Llegará el tiempo del huracán infinito. Del alba crucificada por
el ocaso hambriento de oscuridad. De una angustia inflexible. De un hambre que
no solo hace llamear de ruido al estómago, sino al ser humano mismo. Será un
tiempo, quizás lejano o próximo, donde el ser humano se volverá hibrido, andrógino,
hermafrodita... y mientras esto vaya sucediéndose, todos ansiarán amor y
caricias, todos ansiarán un labio puro que les bese o el calor de una mano
amiga. Los trepas ascenderán y caerán, cortados por el chachachá afilado de su
inhumanidad. Las mujeres imitarán al hombre en lo peor y perderán su oremus
original. El hombre aceptará el juego, por una cuestión de dinero y poder. El
nuevo puritanismo ejecutará su compás: nadie debe tocar o mirar al otro, tanto
más si es mujer, niño o animal. El hombre, como sexo masculino, será culpable
de todo, hasta que el poder de la agenda oculta diga lo contrario. Y los chinos
acabarán destrozando lo que ya está de por sí, destrozado. Adiós Europa. Adiós
Occidente.
Adiós a todo lo ganado, por lo perdido. Adiós a las revoluciones
interesadas y fáciles que compartían cama y cuerpo con los gobiernos de turno,
con los esbirros con sobredosis de poder.
Adiós a la fragancia secreta
y creativa de todo… adiós a los versos, al cielo, a las perfectas obras
maestras en imágenes, a la sinfonía. Ahora viene otra Era, mejor, en algún
caso, gélida como el témpano. Nadie quiere morir solo. Nadie quiere el
desprecio. Y el gran universo se contraerá, absorbido por los agujeros negros y
seres de otros planetas, de otros mundos vendrán, a este planeta que un día se
apagará; hermosa luz de mi aldea o de mi casa.
Ganará la sonrisa del niño. La inocencia futura del que nacerá y
decapitará a los que usaron la revolución, la sangre de nuestros antepasados
para convertirla en un poder, manejado desde dentro del mismo poder. Y surgirá,
el nuevo rebelde, el nuevo revolucionario, pero éste «no menstruará». Tendrá
espíritu… tendrá alma.
El «tiempo del fin», cuando la naturaleza prostituida, expoliada,
humillada, saque a flote sus sedientos jinetes de venganza, los desiertos y el
Sol de fuego y agua nos devorarán. Pero antes, como siempre, vendrá la era del
espíritu para decirnos que el fin es este y que no hay otro planeta, no. Pero
sí otra casa, sí otros seres, sí otra luz voraz que nos ilumine el camino, sí
otro silencio. El trigo será mecido por la brisa, como el jazmín que llena de
olor la soledad profunda de noches que han de venir, y nutriremos nuestro ser
del hueco de nuevas fuerzas y esperanzas, de ilusiones aprehendidas de errores
pasados. Para eso servirá la rebeldía permanente, no la revolución que muere
cada minuto.
La alegría, la risa, librará
al mundo, demasiado serio y tecnológico, de padecer por el futuro, solo por
dinero y trabajo. O con trabajo, pero sin dinero. Y hablaremos de tú a tú y
fornicaremos, hasta que nos caigamos en pedazos y Dios repartirá flores a los
ancianos para que tengan niños en jardines sin jardineros. Todos será pura
risa, hasta la indiferencia no podrá sostenerse en pie y nos moriremos, viendo
el último Sol, cuando la primera Luna haya huido hacia otros mundos. Nuestros
ojos serán verdes y las colinas el fin de nuestras vidas. Y únicamente cuando
esto ocurra, cuando nuestros ojos adquieran esa capacidad estremecedora para
mirar más allá, para salir de lo superficial, del asqueroso consumismo, de la
última revolución pendiente de la especie humana: LA REVOLUCIÓN ESPIRITUAL…
entonces, podremos ser libres.