Autor:
Damián Patón Fernández-febrero 2014- Reservados todos los derechos.
(Libro disponible en
ebook y formato tradicional)
Primera edición:
marzo de 2013
© Damián Patón
Fernández
© Ediciones Carena
c/ Alpens, 8
08014 Barcelona
Tel. 934 310 283
www.edicionescarena.org
carena@edicionescarena.org
Diseño cubierta:
Davinia Martín
Maquetación:
Patricia Vélez
Corrección: Begoña
Eladi
Depósito legal:
B-9225/2013
ISBN:
978-84-15681-54-0
Bajo las sanciones
establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la
autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o
electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través
de Internet— y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler
o préstamo público.
Vivo en una ciudad
que huele a muerte. El barrio entero es un enorme fumadero de opio. El barrio
rezuma heroína, crack, éxtasis, coca, por todas las agrietadas rendijas de la
fría y escabrosa arquitectura que lo caracterizaba. El acceso a las drogas resultaba
mucho más fácil que el acceso meritorio al trabajo y la cultura crítica. La
droga no era el único mal. Los chicos del barrio crecían de repente (pasaban de
la niñez a la adolescencia, casi sin transición) y conocían el hipnotizador
poder de la civilización occidental. La felicidad prometida estaba en el
consumo, en las cosas, en el sueldo, en el empleo, en los coches, en toda esa
vomitiva bazofia de torrentes de imágenes que les regalaba la televisión y el
mundo que los rodeaba. La libertad «tenía su precio». No existía la inocencia.
Antes de aprender a ser personas, querían coches y dinero para ir a la
discoteca. Resultaba normal que actuaran así. Eran jóvenes. Anhelaban
descubrir. ¡Pero creían que el único sentido real de la vida y la felicidad era
eso! El gran sueño de toda mi vida era convertirme en un buen terrorista. Un
«buen terrorista» ha superado con creces las barreras de la locura y el
fanatismo. No da crédito al tiro en la nuca, al desprecio servil hacia la vida
del otro, al chantaje, al ultraje, al negocio del secuestro. El «buen
terrorista» ha superado todos los terribles y desalentadores estadios del
terror, que es sino el garante demoníaco de los asesinos y los mafiosos, que en
tiempos de paz se erigen en los salvadores de una patria. En tiempos de guerra,
se lucha con las armas, no con los métodos de los asesinos y los mafiosos. El
«buen terrorista» es plenamente consciente de que utilizar tales métodos, es
alimentar el opresivo poder de las fuerzas de seguridad y de los estados. Y el
buen terrorista no da empleo a
los «terroristas legales, amparados por los poderosos». Existen refinados
actos de terrorismo sutil y hierático. Los «terroristas legales lo hacen». Los
auténticos terroristas mesiánicos, aquellos exterminadores de reyes y
emperadores, se aproximaban hacia la iluminación y la santidad delirante.
Abandonaban el tortuoso camino de los crímenes y atentados purificadores,
encaminándose hacia la santidad reveladora. Abrían las puertas del purgatorio
de la liberación del ego. En la praxis, el orgasmo espiritual, les tocaba de
pleno. Libres del conformismo, no eran funcionarios paniaguados, cuyo truculento
pasado, enlodado de sangre, quedaba sepultado por el aburguesamiento y el
éxito. Apóstoles sin escrúpulos del sistema, que tienen dinero y olvidan el
sacrificio de tiempos pasados. «Los buenos terroristas» poseen convicciones.
Viven en el perpetuo ejercicio de la humildad y el castigo de los otros.
Responden con la fuerza de la coherencia. Reciben bofetadas y se defienden
legalmente, y la justicia los maltrata. Hasta que al final encañonan las armas
y disparan contra los opresores. Es necesario sentir una fe delirante, una fe
sobrehumana (y no me refiero a la fe católica, ni mucho menos al brutal
ejercicio del fanatismo) para sacrificar toda la existencia de uno mismo por la
entrega de una causa. Una causa que, probablemente, el verdadero terrorista
contemplará en el mausoleo de las futuras batallas de todos los que entregaron
honestamente su sangre y su vida por ella. Y quizás el final sea morir a culatazos,
como un perro, tirado en la carretera, pudriéndose al sol. Más aquí estamos, en
el frenético carrusel de la civilización.
Skype: damian48518
Emial:frenetico40@yahoo.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario