Texto de Mikel
Goldstain. Derechos reservados.
Junio-Barcelona
A menudo, suelo tener ataques de risa. No puedo evitarlo.
Podría estar todo el día riéndome, hasta desencajarme las mandíbulas. Es una
risa brutal. Una carcajada demoníaca. Una carcajada que haría llorar de risa,
hasta dios o un sordo, si me oyera. Mis carcajadas lindan, desde lo siniestro a
una crueldad sádica. No soy una persona sospechosamente triste, pero tampoco
todo lo contrario. Pero me gusta reír. Me gusta reírme y me rio tanto, que me
convierto en un mar de carcajadas. Uno de aquellos días, en los que me estaba
riéndome desde el inicio del día, hasta la noche-una neurosis apocalíptica invadía
los cuatro puntos cardinales de mi ser, incluyendo una taza de café, un te frio
y el acongojante sentido de que mi piel estaba triste… menos mi risa y yo-,
decidí irme al cine. Ya saben, el cine es un lugar maravilloso, en el que
cualquier momento huyes de la humanidad, de ti mismo, de tu cabeza y de sus
pensamientos automáticos. Soy un cinéfilo absoluto, sobre todo cuando me da por
reírme. Y les aseguro que me rio, hasta doblarme y partirme en dos. Mi risa y
yo, somos insoportables. Llovía el día que me fui al cine, ya ven. Era un día
de mayo y la lluvia torrencialmente dejó las calles desiertas. Ni un alma. Ni
siquiera una triste alma, en el lugar.
Ni un triste borracho. Ni un anciano
golpeando con su bastón las papeleras. Ni un maldito policía. Y yo riéndome,
solo bajo el paraguas, encogido. Riéndome de todo: de la soledad de las calles,
de las lluvias torrenciales, pertinaces. De los policías, metidos en los
coches. De los gilipollas que corrían y resbalaban. Yo daba patadas a los
charcos, como Gene Kelly en, CANTANDO
BAJO LA LLUVIA. Un pobre perro mojado, el rabo entre las piernas, corría
como alma que lleva el diablo buscando un rinconcito. El pobre perro me miro
con lastima. Le di una soberana patada, que le hizo aullar y yo seguí riéndome,
allí encogido bajo mi paraguas. Me detuve ante la taquilla del cine y compré entrada,
para la primera película que se me ocurrió. Iba bien de tiempo. Aun no acierto
a comprender la desconcertada mirada de la taquillera tras el cristal, mientras
me reía al tomar los billetes y dárselos al acomodador. Aún no habían iniciado
la sesión. La sala estaba casi vacía, a excepción de una pareja de ancianos,
una solitaria mujer, de la que me aleje todo lo posible y me acomodé en una
esquina. Soy persona de esquinas. Debo decir que tengo un carácter esquinado. Y me dio por reírme,
frotándome las manos... En aquel imponente silencio, mi gran carcajada debió
retumbar como la descarga de un obús en pleno fragor de la batalla. Y es que me
reía con toda mi alma, con todas mis fuerzas. La pareja de ancianos se levantó
y salió de la sala. La mujer solitaria, fue más valiente, se retiró unas
cuantas butacas más arriba y eso que estaban numeradas. En fin…seguí riéndome.
Tenemos una voz demoníaca, que nos guía y rivaliza, con el yin y el yan,
nuestro bien y nuestro mal. voz satánica, que rivaliza con Dios…y es la que nos
guía. La carcajada satánica de Dios; nosotros, nuestra conciencia y nuestros
impulsos. Estuve tres años depresivo, sin esbozar una amarga sonrisa. Supongo
que debí retener todas mis carcajadas, apelotonadas en un cúmulo de desdichas y
despropósitos y de repente, se me soltó la risa, como se soltó la rabia…Al
final, me echaron del cine, debido a mis risotadas. Me devolvieron la entrada,
pero aún me reía más y continúe riéndome, yendo a casa. Tenía que seguir riéndome
a solas…era mejor que reír con el resto de la gente, de la humanidad.
Skype: damian48518
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