Con mi nueva
mirada de todos los días-, cuando salgo zambulléndome de las oscuras lodosas de
la oscuridad, de la depresión post-morten, de las lodosas aguas de la
indiferencia-, con mi nueva mirada, pero antigua visión, os digo, he visto bien
claro, que el mundo no es lo que yo “quiero ver”. El mundo es solo un plano,
donde todos los caminos convergen en un solo punto: la suprema realidad que
todos mezclan con la paleta disociada o asociada de sus colores. No existe una
sola realidad. Existen múltiples realidades, que acaban componiéndose en una
sola realidad: la paleta de colores…la mezcla de colores, hasta el siguiente
advenimiento del nuevo color, mezclado por el nuevo pintor. Cada tiempo tiene
su realidad, pintada por su nuevo pintor supremo.
Esto son tiempos extraños.
Nadie mira a nadie a los ojos. Todo el mundo
habla a solas con otros, a través de una pantalla, por las redes
sociales…hacerlo cara a cara, es casi una violación. Una usurpación del
territorio. Son tiempos patéticamente malignos. Se desprecia al otro, y a pesar
de que existen muchos medios tecnológicos de comunicación, para comunicarse y
conocer quejas y causas, nadie atiende…nadie. Se escucha, pero no se oye. Se
mira, pero no se ve. Se observa, pero no se contempla. Se habla, pero no se
dice gran cosa. Se toca, pero se siente. Hay placer, pero sin sentimiento. Se
llena el vacío con formas sin contenido. Y la alegría se confunde con la última
compra, con vacaciones paradisíacas. Y la soledad es un castigo. La
indiferencia funciona a plena marcha. La palabra amigo se utiliza, para nombrar
acciones en las redes sociales, en los que la amistad no existe, es solo un
puro tramite. Todo esta muerto, pero sin vida, sin muerte.
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