20 DE ABRIL DE
2011
Se llamaba
Gabriel Canter y vivía oculto en un pequeño apartamento en el centro de la
ciudad. Era ciego de nacimiento. Tras la muerte de sus padres, en un terrible
accidente de coche, aquel hombre ciego y alto, heredó, el pequeño apartamento
en el centro de la ciudad. Sabía cada paso que dar. Casi conocía al milímetro,
las escaleras que tenia que subir. Tres pisos, sin ascensor. Luego, sacaba a
tientas las llaves y encajaba con precisión la llave en el ojo de la cerradura
y al entrar, ante la suspicacia y mezquindad de sus vecinos, nunca daba al
interruptor, para que hubiera luz. No la necesitaba, era ciego. Cuando caía la
noche, brotaban los mágicos misterios que habitaban en el apartamento. Si hasta
aquel momento su vida, fue una senda oscura, una noche terrible y fría, donde
cada voz ajustada a la melodía de un rostro impreciso, que él se imaginaba, a
su modo y compostura, cuando heredó el pequeño apartamento de los difuntos padres,
la luz era una mentira, un simulacro. La luz, era una bochornosa farsa, que evidenciaba
la ceguera de los videntes. Al entrar en el apartamento, guiado por el bastón, caminando con soltura y agilidad, sin
tropezar con objeto alguno, con silla alguna, con mesa alguna, entonces, sabía
que los agujeros en la oscuridad, acudirían a él. Cada agujero, se apoderó de él, con furia
ignota…como si al absorberle, en la peculiar osmosis, la oscuridad fuera
materia tangible .En los agujeros de
luz, en efecto recobraba la luz. Todo comenzó al topar con la pared, calculando
mal los pasos y de repente, tropezó con los agujeros de luz y cayó de bruces,
en un agujero lleno de paisajes y mares tumultuosos;
paisajes bañados por una luz nítida,
que jamás antes, pudo ver con los ojos,
pero si sentirlo. Y ahora, si…ahora podía apreciar el fulgor y la belleza de la
formas. La belleza del árbol, del río, del agua, del cielo, de los edificios,
de la gente….
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